Por Silvia Fernández, subsecretaria de Determinantes Sociales en Salud
El impacto ante el anuncio del galardón 2020 del Premio Nobel de la Paz para el Programa Mundial de Alimentos de la ONU nos debe hacer redoblar la conciencia y los esfuerzos sobre algo que ya sabíamos: la indigencia y la falta de acceso a los alimentos golpean cada vez más a la humanidad.
En un mundo desbordado de conflictos permanentes, que se ve aún más sobrepasado por la pandemia desatada, la Academia ha llamado con este premio a tomar acciones multilaterales ante el hambre y la desnutrición, problema mayúsculo que es hoy más evidente que nunca.
El Programa Mundial de Alimentos, el cual brinda asistencia alimentaria en emergencias, reparte aproximadamente 15.000 millones de raciones de alimentos y otras asistencias, pero también tiene como mandato de su acción mejorar la nutrición y crear resiliencia.
El premio, que resulta un reconocimiento a la labor realizada por el PMA, constituye también un llamado de atención a los gobiernos del mundo. La presidenta del Comité Nobel, Berit Reiss-Andersen, celebró el desempeño del organismo premiado “como una fuerza impulsora en los esfuerzos para prevenir el uso del hambre como arma de guerra y conflicto”.
En nuestro país, los gobiernos han llevado como bandera la lucha contra el hambre sin haber logrado resultados alentadores para revertir la situación. Dentro de todos los enormes problemas estructurales que vive la Argentina, con o sin pandemia, se avizora que se vienen tiempos aún más difíciles que pueden potenciar el problema del acceso a los alimentos de toda la población.
Mesas integradas por “notables” de la escena nacional con anuncios altisonantes resultan hasta el momento meras fotografías que intentan mostrar una sociedad civil y política preocupada por la insuficiencia alimentaria y nutricional de cada vez más habitantes en nuestro país.
El desafío concreto es asegurar un plato de comida en la mesa de los argentinos, tan sencillo como eso. Simple, como que no podemos permitir, como sociedad civilizada y solidaria, que se aproveche para estridentes discursos.
Argentina, país donde vivimos la paradoja de ser proveedores de alimentos, pero donde una significativa parte de su población sufre desnutrición. La historia de los últimos 20 años está marcada por ese estigma, sobre todo en la infancia. El último informe oficial da cuenta de un 10,5% de niños indigentes.
En esta realidad de falta de acceso de alimentos a nivel mundial es imprescindible considerar otro fenómeno al que nuestro país tampoco escapa: la malnutrición. Tal situación está atravesada por dos factores fundamentales: la desigualdad y la calidad de vida, que coexisten en un marco más amplio, la maquinaria imparable del sistema de alimentación (desde la producción hasta el consumo) y la falta de políticas estatales activas y efectivas.
Se le suma también cambios de hábitos en el consumo de alimentos y aumento de ingesta por estrés y ansiedad, que han tenido un incremento en la cantidad de aquellos desaconsejados, como harinas, golosinas, gaseosas y alcohol; y al mismo tiempo se redujo el consumo de frutas y vegetales, ya bajo en Argentina, y que registra una disminución aún mayor en esta época de aislamiento.
No se llega a cubrir con las recomendaciones diarias, a pesar de que en relación con la inmunonutrición, las frutas y verduras son nuestra principal fuente de vitaminas y minerales. La respuesta inmune es nuestra defensa contra los agentes infecciosos y en este momento que enfrentamos la pandemia la nutrición tiene un papel relevante.
La mala alimentación también potencia factores de riesgo importantes que condicionan la gravedad y evolución del Covid19. Los casos graves y mortales se presentaron en personas de tercera edad y en aquellas con comorbilidades como la DBT, HTA, obesidad, y enfermedades asociadas a una mala alimentación, lo cual aumenta hospitalizaciones y la necesidad de cuidados intensivos.
Es imprescindible que el Estado implemente políticas públicas de salud que orienten a una mejor alimentación, fomenten un estilo de vida saludable, así como también la formulación de estrategias de gestión para mejorar la nutrición, garantizar la seguridad alimentaria y el acceso a los alimentos de todas las comunidades.