El planificado protocolo fue quebrado por una mujer, Sor Geneviève Jeanningros, la monja francesa que durante décadas tendió puentes entre la Iglesia y sectores marginados, quien ingresó a las exequias del Papa Francisco, en el Vaticano, en un momento reservado exclusivamente para cardenales y obispos. Con una mochila al hombro, se paró cerca del féretro del pontífice y lloró en silencio.
Geneviève Jeanningros fue una especie de embajadora entre el Vaticano y los nómades, las trabajadoras sexuales trans, los feriantes de Ostia, la costa de la región del Lacio. Durante más de medio siglo, la religiosa, miembro de la orden de las Hermanitas de Jesús, dedicó su vida a quienes rara vez tienen lugar en los templos. Francisco la llamaba con cariño “la enfant terrible” del Evangelio. Cada miércoles se presentaba en las audiencias vaticanas acompañada de grupos LGBT+, artistas de circo o migrantes sin techo.
Genevieve, además, es sobrina de la monja francesa Leonie Duquet, que junto con Alice Dumon, fueron desaparecidas durante la última dictadura cívico militar, en un operativo de espionaje y secuestro del que participó el represor Alfredo Astiz.