El 18 de mayo de 2013, la catamarqueña Úrsula Díaz se consagró como la segunda mujer argentina en conquistar el Everest. Conversamos con ella en un vivo de nuestra cuenta de Instagram, para conocer el camino transitado en busca de un sueño de 8.848 metros de altura. Guía turística también, nos contó cómo es su relación con la montaña.
¿A qué edad te enamoraste de la montaña y cómo llegaste a ser montañista?
Siempre he sido una nena «muy salvaje», sin miedo a nada. Me encantaba andar trepada y colgada de las ramas de los árboles. Siempre quería ver un poquito más, ver qué se ve desde arriba. Cuando era pequeña teníamos un patio con un grifo donde cargábamos agua para regar el patio, un día le pregunté a mi mamá de dónde venía el agua y me dijo «de la montaña». Cuando uno es chico no entiende muy bien las cosas que le dicen, pero con los años esa respuesta fue cada vez más fuerte. Un día, efectivamente, me dí cuenta de que el agua surgía de la montaña porque las empecé a caminar y ví cómo afloraba de allí.
¿Cómo fueron esas primeras experiencias?
Esa fue una situación muy cortita de mi vida, pero sí trascendental. Yo soy de Belén, en Catamarca, pero resido en la capital hace muchos años. Llevo a Belén en mi corazón siempre. Ahí comencé mis primeros pasos en la montaña y luego me enamoré de ella. Cuando me vine a vivir a la capital de Catamarca, con el profesor de educación física fuimos a una expedición en una montaña que se la considera la más alta porque tiene más de 4 mil metros. Cuando llegué a la cumbre le dije, «quiero subir a montañas el resto de mi vida”. (…) Me sentí abrazada por esa inmensidad, sentí ese abrazo que te emociona, te embriaga, te completa.
En cuanto a la preparación física, ¿cómo es el entrenamiento?
En Catamarca, el 80% es montaña. A su vez, tenemos una porción de Los Andes porque limitamos con Chile, es una zona que se llama Los Seismiles, son los volcanes más altos del mundo. Ahí es donde fui preparándome en la parte física y también psicológica, porque es un territorio bastante inexplorado y no es fácil, no hay suficiente información.
¿Qué entra en juego cuando estás haciendo este tipo de experiencia? ¿Miedo a no llegar, a tener un accidente?
No me da miedo no llegar porque sé que la montaña siempre está ahí, esperando. Siempre me da otra oportunidad. Mi miedo, a veces, es perder el miedo. Con la experiencia, con los años, con ir conociendo la montaña vas aferrándote más, corriendo esos límites. El día que yo pierda el «no tener miedo» no me gustaría intentar cosas que tengan muchos riesgos porque la montaña tal vez se enamore de mí y me quede ahí; eso no quiero, porque tengo mi familia y mis amigos que me esperan.
No le tenés miedo a 8.800 metros, ¿hay alguna cosa a la cual le tengas miedo?
En la montaña me da miedo el clima. Siempre voy precavida, chequeo los datos meteorológicos, pero hay situaciones que pueden darse de repente, uno se golpea. Siempre estoy tratando de cerrarle la puerta a los riesgos. La vida me enseñó que siempre tengo que darle para adelante y la montaña me enseñó que tengo que darle para adelante y para arriba. Esta actividad la tomo como una filosofía de vida y me enseña a tomar decisiones.
Hace ocho años tuviste el sueño de ir a un lugar tan lejos, como el Himalaya, en el límite de China y Nepal, ¿este fue un sueño de siempre? ¿Cómo surgió la idea de ir al Everest?
Soñaba con estar en el Himalaya. Sabía que era difícil por mis condiciones económicas, no por mi condición física y mental. Siempre me ha frenado en muchas cosas de mi vida el tema económico. Un día, alguien me impulsó y me dijo, «tenés que ir» y dije, «bueno sí, lo tengo que hacer». Lo vibraba mi cuerpo, el solo hecho de imaginarme ahí, en los 8 mil. Y así comencé a trabajar con la mirada puesta en los 8.848 metros, eso fue en septiembre de 2012. Esta expedición es bastante cara en todos los aspectos, la parte económica es una partecita, pero en esta actividad ponés en juego tu vida.
Cuando decís el costo, ¿de cuánto dinero hablás? ¿Tuviste algún tipo de apoyo económico, ya sea del gobierno de Catamarca, de otros gobiernos o de sponsors?
En ese momento me salió 63 mil dólares. Un amigo me dio una parte, después empecé a contactarme con empresas de Catamarca. No quería politizar, pero siempre uno quiere hacer algo y a veces terminan tergiversándose las cosas. No fue una bandera política la que me guió. Por parte del Estado provincial recibí 9.800 dólares de apoyo, todo sumaba.
Golpeé muchísimas puertas, he llorado porque muchos no creían en mí. Algunos no sabían dónde quedaba o lo que era. Yo sólo miraba hacia adelante y hacia arriba. Aunque lloraba, esas lágrimas se convertían en hielo y ese hielo era una escalera más para subir al Everest.
¿Cuántos meses llevó la preparación de la travesía?
Creo que el Everest me llevó 32 años. Tenía 32 años cuando toqué ese lugar, cada día de mi vida me fui preparando para lograr eso. Específicamente, comencé a prepararme de septiembre de 2012 a marzo de 2013. Estaba segura de lo que quería.
Y cuando lo conseguiste, ¿se terminó tu sueño o vino el sueño siguiente?
Mi sueño era estar ahí y el sueño fuerte que seguía después de estar en el Everest era abrazarme a mis hermanos, a mis amigos, a la gente que había creído en mí.
Algo que siempre le pedí a la montaña era tener una familia, ocho años después cumplí el otro sueño que era ser mamá.
Cuando estás ahí en el Everest, ¿qué es lo que siente el cuerpo?
Nunca me sentí mal físicamente, siempre estuve en óptimas condiciones. Lo que sí sentí fue muchísimo frío. El día de la cumbre hacía 50 grados bajo cero, fue un día letal. Invertí mucho en el equipo, pero aun así sentí frío. Quería cumplir este sueño sin el uso de oxígeno, pero por el frío que sentía tenía miedo de perder un dedo, o parte de la nariz.
No todas las personas se van aclimatando de la misma forma, algunos están en mejores condiciones, otros prefieren esperar. En mi grupo éramos 15, luego algunos abortaron la expedición. Yo, por ejemplo, estaba confiada de que un hombre de la India, con el que me llevaba muy bien, un día me dijo, «me voy porque no me siento bien». Era capitán de la Marina, con la cabeza totalmente fuerte. Ahí te das cuenta que no pudo, que la montaña lo pudo más que su sueño.
El 25 de mayo se cumplieron ocho años de tu llegada a la cumbre, ¿qué sentiste como argentina haber subido en esa fecha?
A mí me inspiró mucho San Martín para comenzar a caminar Los Andes. Pienso en ese hombre, con una fortaleza mental, con una convicción hacia donde quería ir y aún como se encontraba con su salud logró sus objetivos. Hice cumbre el 18 de mayo, el Día de la Escarapela. El 25 de mayo logré llegar a tierra y comunicarme con mi familia. (…) Cuando estuve en tierra firme, el 25 de mayo, realmente dije, «llevé la bandera a lo más alto». La bandera que llevé es la bandera con la cual le pedí a mucha gente colaboración. Les hacía firmarla y les pasaba el número de cuenta, si querían me podían depositar, esa fue una de las formas de recaudar dinero. Me acompañó a la cumbre y me acompaña hasta hoy.
¿Sentís que hay diferencia entre varones y mujeres en este tipo de expedición?
En mi caso no lo sentí en esta expedición, será que voy segura. Si un hombre quiere competir conmigo, ahí me pongo firme y compito. Pero para mí, la montaña no es una competencia, hago mi labor. Sí me pasó en la búsqueda de recursos, ahí sí algunos pensaban que no iba a lograrlo porque soy del interior de la provincia y porque soy mujer.
(…) Me considero una mujer fuerte, tanto física como mentalmente, me pongo en mente hacer eso y no quiero pensar que me duele algo, no existe el dolor, voy.
Trayéndolo a tu presente con tu beba, ¿cómo se hace para que conviva la maternidad con ser montañista y con este tipo de entrenamiento?
Por suerte, desde que estuve embarazada hasta dos semanas antes de que nazca Zahra, anduve en la montaña, no paré la actividad. Sí paré en la alta montaña, pero con el sólo hecho de estar ahí, aunque sea la más bajita, no es problema. Lo sigo haciendo, trato siempre de invitar a la gente a que practique la actividad, que no le tema, que la cuide, que sepa que es fuente de vida porque te da mucha energía. Uno aprende a observar la naturaleza, el cielo, el viento, a reorientarse, a tomar decisiones. En el caso de ser mamá no me limita, me limita el tema de la altura. Hasta que Zahra no tenga un par de años no voy a arriesgar cosas, me gustaría compartir con ella mucho tiempo.