Sienna Suárez tiene 28 años, nació en Colón, Entre Ríos; es bailarina, actriz y performer, y hace 11 años que vive en la Ciudad de Buenos Aires. Vino con el sueño de ser vedette, un camino que ya empezó a recorrer a través de obras de teatro, espectáculos, series y películas. Desde muy chica sabía que le gustaban los varones y que quería alcanzar su «ideal de mujer, porque figuras femeninas hay miles», afirma.
En 2017 empezó su transición, de Maxi a Sienna. A pesar de la estigmatización, la discriminación y los prejuicios, hoy se enorgullece de su identidad, su sexualidad y su empoderamiento. Si bien se siente una privilegiada por tener una familia que siempre la acompañó, sabe que muchas compañeras no corren con esa suerte.
¿Por qué decidiste venir a Buenos Aires?
Colón es una ciudad muy chica y yo sabía que quería hacer algo artístico. Me vine para acá ni bien terminé la secundaria, aunque en realidad me quedaron unas materias y la estoy terminando ahora en el Bachillerato Popular Travesti – Trans «Mocha Celis». En Colón había estudiado unos años de danza clásica y salsa, cuando se había puesto de moda el «Bailando por un Sueño», pero mi sueño era ser conocida y trabajar en teatros comerciales, algo que ya de por sí es difícil de conseguir acá. Por otro lado, sentía que acá iba a ser más libre en relación con mi orientación sexual y de hecho fue así. En 2010, ni bien llegué, me anoté para hacer comedia musical en el Estudio de Danzas Reina Reech. Después audicioné para el taller de danza del Teatro San Martín y quedé. La experiencia en el San Martín tuvo sus pro y sus contra. Aprendí mucho, se enseña clásica, jazz, pero sobretodo contemporánea. Había un montón de chicas que venían de estudiar clásico, de hacer carrera en el Colón. Pero también me sentí un poco reprimida. Te exigían tener una estética muy parecida al resto de los varones, a no ser disitintx. Todes teníamos que ser iguales y eso no era para mí. Fue el momento que estuve más masculino.
Antes de llegar a Buenos Aires, ¿ya habías empezado a «sacar a la luz» tu orientación sexual e identidad de género?
Sí. En el último año de la secundaria ya me maquillaba, me pintaba las uñas. De esa forma yo sentía que imponía cierto respeto, no me cargaban más. Era una manera de demostrar quién era y de mostrar cierta seguridad, que no sé si era seguridad, pero ya no me decían «puto de mierda». Buscaba pasar a leer al frente porque me quería mostrar y decir acá estoy, soy esto y no me da vergüenza. También fue el momento de experimentar con mujeres, nunca llegué a estar con una, me «transaba» minas, pero nunca concreté. Llegué a mirar videos porno de mujeres para masturbarme porque decía, ¿cómo puede ser que no me gusten las minas?
Antes de venirme a vivir acá pensé en hacer mi transición y convertirme en una mujer trans, pero lo dejé de lado cuando empezó todo esto de la danza. Me centré en reprimir esa parte y en ser un bailarín. Pero lo de ser una mujer trans siempre lo supe. Cuando era chica tenía como un juego mental que yo me creía que era una mujer. La primera figura famosa de mujer que admiré físicamente era Thalía, siempre me pareció muy bella.
Los primeros años de estar en Buenos Aires hubo un afloramiento de mi sexualidad andrógina. Tenía que estar 9.30 horas en la escuela de Reina Reech y me levantaba 6.30 para maquillarme como de noche, medio como que me “dragueaba”. Fue un despertar de la sexualidad muy fuerte.
¿Cómo fue tu paso por el teatro? ¿Sentís que te impulsó en tu proceso de transición?
La verdad que el teatro me ayudó mucho y también me hizo darme cuenta de muchas cosas por las que pasamos las personas que formamos parte del colectivo LGTBIQ+. Muchos estereotipos, que siguen hoy en día en el ambiente. En 2015 terminé el taller en el teatro San Martín y en 2016 hice mi primera obra, nunca había hecho teatro. «Flores sobre el orín» se llamaba. Era una obra independiente, muy linda, trataba sobre la represión que sufrieron los gays durante la última dictadura militar. Es lo primero que hice sin haber tomado clases, iba y me dejaba dirigir. En ese momento me di cuenta que me re copaba que me dirijan.
Después empecé a tomar clases de teatro e hice la segunda obra, con otra gente, que se llamaba «Cargos@s». Este era un personaje más cómico, más de show, algo que me resulta más fácil porque tiene menos composición. Por otro lado, hacía de gay, por decirlo de alguna forma, medio pelotudo. Ahora lo pienso y se jugó mucho con esa cosa de encasillar a la mariquita con ser superficial. Es como cuando te llaman para hacer el papel de una chica trans y terminás haciendo de prostituta y drogadicta. Ojalá en algún momento podamos salir de eso y hacer otro tipo de papeles. Trabajé en «La reina del spray», una mini obra de tres funciones en donde la pasé muy bien y hacía de peluquera. A finales de 2017, cuando ya había hecho mi transición, participé en «Yo, mi ex, su amante y la otra». La verdad que no me sentí muy cómoda con ese papel. Hacía de una chica cis, siendo ya una chica trans, que no sabía leer, estúpida, con una peluca rubia, que gritaba y hablaba finito. Después participé de «Usted no es peligrosa», en el Paseo la Plaza, donde estudio teatro; y la última que hice fue «Max morra», una obra que trataba sobre BDSM, el mal llamado sadomasoquismo, muy interesante para romper con el tabú sobre esas cuestiones. Tuve una participación en la película «Bajo mi piel morena» de José Celestino Campusano. Una película que trata sobre la dura vida que lleva una chica trans. Ahí hice mi primera escena de sexo y mostraba el vínculo que establecían unos policías con las mujeres trans. Hace un tiempo participé de una serie, que aún no se estrenó, se llama «Entre hombres», es una producción de Polka con HBO.
¿Te costó hacer la escena de sexo? ¿Qué relación tenés con tu cuerpo?
No, no me costó. Tengo muy buena relación con mi cuerpo y con mi sexualidad. Nunca me sentí inhibida, pero sé que también es porque tengo un cuerpo hegemónico. Siempre busqué la hegemonía, sé que buscar esa hegemonía es una cagada, pero es el estereotipo de cuerpo que a mí me gusta. Si no lo tuviera no sé si sería tan libre de mostrarlo, ojalá pudiera hacerlo, que es lo que tiene que ser, que une se sienta cómodx con el cuerpo que tenga y que le tocó. Hacerme las tetas fue un antes y un después en la relación con mi cuerpo. Yo sentía que necesitaba algo para validarme como trans, no me iba a vestir las 24 horas «como mujer», porque la ropa no tiene género, hasta no tener las tetas.
Hay muchas chicas trans que no se hacen las tetas y son igual de libres. Ser trans hegemónica quedó antiguo, yo lo vivo así porque me gusta. Trabajé desde los 14 años con mi cuerpo haciendo danza, que te lleva a mirarte mucho en el espejo, ver los movimientos. Todo eso creo que tiene que ver. Me gusta mucho la sexualidad y me gusta sentirme un objeto sexual aunque hoy en día no esté bien visto. Sentir que voy por la calle y que alguien se puede calentar conmigo es algo que me morbosea. Me gusta calentar a mujeres, a varones o al género que se sienta cada persona.
¿Cómo viviste y vivís la transición?
Yo sé que soy una chica trans, pero porque la sociedad y alguien dijo que yo era una chica trans. También siento muchas cosas masculinas que me gustan. A veces me siento más una mujer y a veces, más un chabón. Si bien está bueno que haya ese abanico cada vez más grande, también está bueno «sentir el monstruo de mi deseo». Está bueno que cada une se sienta como tiene ganas,te da libertad. Me gustaría tatuarme mis dos nombres, Maxi y Sienna. Maxi es algo que soy un poco, lo que fui y todo el recuerdo lindo que me queda, más allá de la discriminación y el bullying que me hicieron. Cuando empecé a vestirme de mujer, a ponerme un corpiñito para rellenarme las tetas, cuando me «truqué» por primera vez, aunque no sea algo que me guste mucho, y verme todo liso ahí abajo. Comenzó a renacer mi deseo de verme como mujer. Esa figura de mujer hegemónica que me gusta a mí, con pelo largo, tetas, tacos, ser esa vedette que aspiro.
Por suerte conté con el apoyo de mi pareja, que estamos hace ocho años, y el de mi familia. Esto no es algo menor, porque hay muchas chicas trans que no tienen los privilegios que yo tuve. Mi vieja me pagó las gomas, me apoyó en todo momento, me ayudó para que haga mi carrera artística, lo mismo mi pareja. Pero hay compañeras a las cuales las rajan de las casa, no tienen para comer porque no consiguen un trabajo convencional, se prostituyen, no tienen acceso a una educación.
Al principio tenía mucho miedo, de no vestirme diariamente de mujer a pasar de un día para el otro a tener tetas, con el pelo corto y un cuerpo mucho más fibroso porque venía de la danza y de hacer fierros. Al toque me hice las extensiones para verme más femenina, al punto que yo quería y enseguida me di cuenta que no me iba a arrepentir. Me sentí más libre, sin la necesidad de maquillarme, draguearme, sin tener que vestirme como vestía antes, súper llamativa. Podía ser yo vestida re tranqui con un vestidito y sentirme bien. En el verano 2018/2019 me hice el DNI donde figura mi nombre, Sienna Valentina Suárez. En definitiva termina siendo un papel, pero te identifica, dice tu nombre.
¿Cómo manejaste la discriminación a lo largo de tu vida?
Tengo recuerdos muy presentes en diferentes momentos. Cuando iba al jardín, tenía 3 o 4 años, estábamos con mis compañerites en ronda y saqué de mi bolsita un broche de pelo que le había robado a mi tía y me lo puse en el pelo. Me acuerdo que la maestra me lo agarró y me preguntó de quién era y me dijo que no me podía poner eso porque era un nene. En la primaria fue horrible porque se me notaba que era gay y es algo que no lo manejás. Al principio no entendés mucho del prejuicio. Te das cuenta que sos distinto al resto porque tus compañeres te lo marcan. A medida que vas creciendo te empiezan a putear, «puto de acá, de allá». Se ríen detrás de vos y tenés que juntarte con tus compañeras porque los varones no se juntan con vos. En la escuela, en noveno, una maestra nos enseñaba que la homosexualidad es una enfermedad y que si nosotres no nos sentíamos segurxs sobre ella teníamos que recurrir a un psicólogo. Cuando nos hablaba del pene y la vagina nosotrxs nos reíamos, cuando sos chicx te da un poco de vergüenza. Recuerdo que un día yo me estaba riendo, como el resto, y me dijo, «vos qué te reís tanto, estás seguro de tu sexualidad». Me lo dijo delante de todes, ¿qué necesidad tenía de mandarme al frente?, ¿de dejarme en ridículo, expuesto?
Siendo trans, una vez fui a tomar una clase de arte contemporáneo, el año anterior a la pandemia. Le pregunté a una chica dónde quedaba el vestuario para cambiarme y me dirigió al vestuario de varones como si nada. Fui, me cambié y cuando volví le dije, «disculpame, te pregunté para ir al vestuario y me marcaste el de varones», me responde «no me di cuenta porque todos se cambian en cualquier vestuario». Y yo, de manera respetuosa le dije, «sí, menos mal que te confundiste». Me sentí bien de hacerlo porque lo hice de una manera respetuosa y le dejé en claro lo que había hecho. Lo aprendí a hacer con terapia, antes si me pasaba algo así me quedaba en el molde. No decía nada porque me sentía inferior a les demás y sentía que era yo quien no encajaba con el resto. La sociedad te hace pensar que sos la equivocada, que estás mal, fallada. Cuando te empoderás, podés decir, «che, mirá, me marcaste el baño de hombres».