En otro rasgo típico de la picardía argentina, todos los actores políticos en pugna ante la primera huelga general de la era Macri se consideran vencedores.
Obviamente, la CGT se anotó primera en esa lista. La central obrera destacó la alta adhesión a la medida de fuerza en todo el país, en especial en los grandes centros urbanos. Y en la larga y mansa conferencia de prensa en la sede de Azopardo, el triunvirato gremial lo interpretó como un respaldo popular a los reclamos sindicales.
El asunto se vuelve más sinuoso respecto a cuáles son en concreto esos reclamos, amparados bajo el ambiguo paraguas de un cambio en la política económica del Gobierno. Y se torna decididamente resbaladizo si se omite el impacto que tuvo y tiene en la parálisis de actividades la ausencia total de transporte público.
El Gobierno, por su parte, también dio algunas señales de triunfo. Lamentó en público lo poco oportuna que fue la huelga, en momentos donde de acuerdo al oficialismo lo peor ya pasó. Pero en privado traslucen que el paro expone a quienes “ponen palos en la rueda”. Aún con el pecho inflado tras la sorpresiva marcha del 1A, no son pocos los funcionarios que creen que la polarización le da más fortaleza al Gobierno, tras un marzo de tropiezo en tropiezo.
También el macrismo suma para su cuenta el desalojo policial de la Panamericana, con orden judicial incluida y la utilización de la fuerza. Así como el hecho de que la Ciudad de Buenos Aires, habitual escenario de cortes y piquetes, se hubiera mantenido ajena a sucesos traumáticos.
Como siempre, también la izquierda se abrazó a una supuesta victoria política. Consideró un triunfo el corte en la Panamericana y que haya terminado sólo con represión policial, en esa perenne idea de que la lucha de las bases siempre está por encima de la burocracia sindical. Se omite, claro, la escuálida concentración en el Obelisco, que no alcanzó ni para marchar hacia la Plaza de Mayo.
No deja de resultar extraño que todos se consideren ganadores. Acaso porque ninguno lo es y sólo cohesionan sus bases de apoyos. Empezando por el mismísimo Presidente.
NADA QUE FESTEJAR
La Casa Rosada evaluó antes de que comience la protesta que un paro implicaba la pérdida de 15.000 millones de pesos para el país en un solo día y por estas horas el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, dijo que «este Gobierno no tiene en la agenda volver a Kicillof y Moreno». En la práctica, esto implicará la clausura lisa y llana de la posibilidad de entablar un diálogo con los gremios de la CGT. Es que en la cúpula gremial muchos funcionarios ven las sombras de un kirchnerismo residual que sólo pretende desestabilizar al gobierno. Entendible: a Néstor Kirchner le hicieron un solo paro los sindicalistas y a Cristina Kirchner sólo cinco huelgas en ocho años de mandato.
El Gobierno evaluó que la protesta hubiera sido ínfima de haber existido transporte público. Es cierto que la mayoría de los argentinos no avala este tipo de protestas y mucho menos en un momento de crisis de la economía. Pero a la realidad se le impusieron la fuerza de los gremios y la fotografía fue la de una Argentina en estado de parálisis total. ¿Qué imagen se habrán llevado de la Argentina los 1500 empresarios extranjeros reunidos en Puerto Madero para el Foro Económico Mundial? Varios funcionarios que pasaron por ese foro admitieron en reserva que la fecha elegida por el paro no podía haber sido peor a la luz del Foro Económico. Hubo muchos empresarios y delegaciones extranjeras que no pudieron llegar a Buenos Aires para ese encuentro por los problemas del paro.
Los sindicatos aducen que el paro tuvo un alto acatamiento. Nuevamente se impone la trampa en este análisis ante la falta de medios de transporte. La CGT llegó al paro debilitada por el reclamo de sus bases en dos claros aspectos: las críticas por la crisis económica, pero también por la crisis de representación de la cúpula gremial. «¿Viviani o Daer, que tienen fortunas en el banco, le pagan a mi familia el día perdido?», se preguntaron al unísono muchos trabajadores a lo largo del país.
El paro de la CGT contrasta abiertamente con las marchas del sábado pasado en respaldo a la democracia y al Gobierno. Macri sintió que esas manifestaciones de la sociedad le dieron margen para enfrentar a los gremios e incluso a los sectores piqueteros que hoy intentaron cortar las calles y se encontraron con un férreo esquema de las fuerzas de seguridad que impidió los cortes. Hasta el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, que hasta ahora se mostraba reacio a despejar calles ante piquetes, se mostró más alineado con la política dura de la ministra Patricia Bullrich. El resultado no deja de ser calamitoso: nuevamente las imágenes de una Argentina violenta vuelven a recorrer el mundo. La canciller Susana Malcorra se sinceró al admitir que «ningún paro es bueno para atraer inversores».
Habrá que evaluar ahora el día después. La CGT advierte que endurecerá los reclamos y el Ejecutivo no aceptará más los aprietes pese a que desde la retórica pública se diga que seguirán dialogando. La campaña electoral llegará para inyectar mayor dosis de efervescencia política. El paro que hoy culmina no dejó ganadores ni perdedores: todos fueron vencidos.